2007/12/11

Pinches Intelectuales

Andrés Pascoe Rippey reportando para Replicante

Este fue el invierno más crudo en Chile en los últimos 35 años. Nevó en el centro de Santiago, cosa que no había sucedido en más de década y media. Las temperaturas promedio en las mañanas rondaban los 4 grados bajo cero, haciendo las caminatas al trabajo una experiencia entre emocionante y aterradora.
Y mientras yo me congelaba el trasero, Letras libres preparaba un halagador número sobre esta patria.
La revista consiguió un buen repertorio: Patricio Navia, un inteligente y reputado analista chileno, contó una breve versión de la historia reciente de su país, en el cual reflexiona sobre los logros, errores y retos de la Concertación, evalúa a la derecha chilena y critica al gobierno de Bachelet; Ricardo Lagos escribió sobre su filosofía política, como parte de su discreta campaña presidencial; exiliados escribieron sobre su ausencia y su regreso. Rafael Gumucio, un famoso y agudo editorialista, analiza los fantasmas de su transición política. La revista entera resulta un ejercicio entretenido e interesante de chilenos mirándose a sí mismos de forma crítica y mexicanos mirándolos de forma complaciente. Pero al final me dejó una sensación un poco desagradable —la misma que me queda en ocasiones cuando leo Letras Libres. Esa sensación se podría describir como pinches intelectuales.

Pinches intelectuales chilenos, porque han permitido que se convierta en moneda común y políticamente correcta la noción de que “Pinochet fue malo en Derechos Humanos pero bueno en Economía” cuando es una total falacia. Pinochet dio tumbos en materia económica durante 14 de sus 17 años en el poder, a pesar de haber contado con enorme apoyo financiero estadounidense. Tuvo colapsos económicos, se disparó el desempleo (llegó al 30% en 1982), tomó medidas antieconómicas como congelar el tipo de cambio y privatizó hasta a su hermana (eso sí, el cobre se salvó). No sentó bases particularmente novedosas ni fue muy responsable. El neoliberalismo económico pinochetista no generó riqueza ni prosperidad, sino concentración. Los datos demuestran que a finales de los ochentas la distribución del ingreso era peor y había más pobreza que en los sesentas. Fue hasta los noventas que se detuvo la fuerte tendencia al deterioro que existió durante el régimen de Pinochet (No me crean a mí, lean Entre el Neoliberalismo y el Crecimiento con Equidad, de Ricardo Ffrench-Davis, J.C Saéz Editor, 2003).

Lo distintivo fue, entonces, la gente. La verdad de las cosas es que si Chile floreció después de la dictadura fue por características profundas y arraigadas en su extensa clase media: austeridad, responsabilidad en el pago de deudas, consumo continuo, baja corrupción y una institucionalidad que sobrevivió a la opresión. Estas son características de un pueblo cuya historia no empezó ni con Allende ni con Pinochet.
Pinches intelectuales mexicanos también, como los que hacen Letras Libres, porque no superan ese tono envidiosito que tienen con Chile, ese “ojalá fuéramos así”. No es que no lo entienda: es un cliché decir que Chile es el ejemplo de Latinoamérica, que son una potencia económica y un modelo político. Pero lo que muchos pierden de vista es que la sociedad chilena sufre profundos rezagos que la marcan y no deben ser menospreciados.
Para empezar, Chile está afectado por un intenso y profundo clasismo, sólo equiparable al de Celaya. El racismo contra los indígenas es casi una institución y la violencia policiaca es socialmente aplaudida y estimulada. No olvidemos que el lema nacional es “Por la razón o por la fuerza”, y se pone en uso cada vez que hay una marcha.
Tener un “buen” apellido es la más grande cualidad de un chileno y esto se acepta de forma transversal: incluso las elites progresistas reconocen la descendencia familiar como una señal imborrable de calidad personal.
La discriminación está legalizada, en particular contra los ateos: muchas de las mejores escuelas no permiten la inscripción de niños cuyos padres no están bautizados o son divorciados. Hay un enorme sesgo en el sistema educativo, que está diseñado para perpetuar la profunda brecha social. Sólo Allende se atrevió a meterse a democratizar las escuelas, y miren cómo le fue.
El 90% de los medios de comunicación son controlados por dos o tres grupos, todos abiertamente comprometidos con la derecha más rancia y anacrónica. Nadie le ha exigido al Mercurio que rinda cuentas por su apoyo acrítico a la dictadura, ni por ocultar información.

Pablo Longueira, líder ultraconservador del partido proto-pinochetista UDI
Chile es un país profundamente puritano (el divorcio se legalizó en 2004, ¡por favor!), y eso tal vez está relacionado con su éxito económico. En efecto, el chileno de hoy está obsesionado con pertenecer a la “gente como uno”, tener mucha plata e ir a los lugares de moda. Esa histórica clase alta chilena, que sueña con ser realeza, se ha convertido en una versión caricaturesca de sí misma, demasiado concentrada en el comercio y muy poco en la cultura que, antaño, le daba su convicción de ser “elite”. La permeabilidad social es un mito y ascender en el estrato social es casi imposible.
Pero, sobre todo, es un país con muy poco sentido del humor. Si no me creen, averigüen: acá todavía leen a Condorito. Hay un sólo medio de sátira política, The Clinic. Nada más.
Chile me gusta, vivo bien y le aprecio muchas cosas, en particular la pequeñísima corrupción. Santiago es una ciudad que parece estar despertando, abriéndose a un nuevo cosmopolitismo. Cada vez hay más marcas de cerveza, señal indiscutible de sofisticación. También hay más arte y teatro, señales menores de sofisticación. Hay una pequeña pero pujante burguesía ilustrada que busca una renovación cultural. También le reconozco otra cosa a Chile: su futuro. Con todos sus defectos, la sociedad chilena está progresando; se siente una renovación en los códigos sociales, en las relaciones interpersonales, en las cosmovisiones. Mientras que México, nuestro querido México, parece estar irremediablemente atrapado en una triste mezquindad social, política y cultural. No veo, hoy día, por dónde nuestra patria podrá dar el brinco que la ponga a la par, en calidad de vida, con Chile.
Pero les digo, santos intelectuales, mucho ojo con lo que desean. Porque también hay cosas temibles.
Este 11 de septiembre fue el primer aniversario del golpe de Estado con Pinochet muerto, y mi sensación es que el daño que esa tiranía causó a los chilenos aún persiste. A pesar de que todos los sectores han hecho importantes esfuerzos por cerrar heridas, la verdadera transición será cuando no sólo se superen los daños, sino los valores de la dictadura: el dinerismo, el clasismo y el elitismo. Y para eso falta un poco.
Eso sí, el invierno ha terminado. Se viene la calor... ®

LA SEÑORA PRESIDENTA.
Michelle Bachelet, la primera mujer en alcanzar la presidencia en Chile, rostro de la reconciliación, hija del emblemático General Bachelet que murió en los calabozos de la dictadura, llega a su segundo año de gobierno con la popularidad más baja en la historia de un gobernante de la Concertación. A pesar de que los números muestran una caída importante en la pobreza, una mejora en el empleo y una economía dinámica, los chilenos parecen estar descontentos. Amplias y recurrentes movilizaciones populares, grietas visibles en la Concertación, fracasos resonantes en transporte público y en comunicación, han aislado a la presidenta y dan la impresión de que es un gobierno débil o ineficaz. Encuestas revelan cansancio con la Concertación, aunque la oposición es igualmente mal evaluada. El clima político está tenso y se habla de falta de gobernabilidad. Bien podría ser el último gobierno de la Concertación como la conocemos, una asociación política que sólo dentro del poder puede mantenerse unida. Eso, a menos de que Michelle despierte y retome el control de la agenda política.

2007/08/06

Cine Zombie: el placer de la fractura

(Andrés Pascoe desde Ultratumba, reportando para Revista Replicante)



Expertos en cine hay muchos y casi todos se creen la gran cosa. Yo, personalmente, no tengo razones para creerme nada, pero eso no cambia el hecho de que soy uno de los pocos expertos en América Latina y el Caribe en cine zombie. Sé bien que la gente que es educada, culta y fina suele ver con desprecio las películas de muertos vivientes. Dicen “ay, bueno, La Noche de los Muertos Vivientes, esa que es en blanco y negro, esa está bien, el resto es pura basura”. Y sí, en parte tienen razón. Los fans del cine zombie – y del cine de terror en general – somos una especie que tiene una tolerancia muy alta a las malas películas. Estamos dispuestos a ver cosas que la mayor parte de la gente “decente” nunca vería.
Pero ojo: somos también una minoría que ha entendido el placer de la fractura. El gozo de la tripa derramada. El dulce aroma de la carne fétida. La poesía de una chica encuerada comiendo cerebros. La belleza de una horda de zombies caníbales. La estética psicotrónica.
El cine mainstream, sin embargo, no ha dejado de percibir el redituable negocio que son los cadáveres reanimados y cada tanto nos regala alguna obra –a veces valiosa y a veces no tanto – que sacia, así sea por un momento, la sed de sangre seca que algunos tenemos.
Pero más que hacer una historia cronológica sobre las primeras películas, su origen, sus motivos y sus directores – algo que otros harían mejor que yo --, quiero escribir sobre las distintas cosmogonías zombie y las diversas reglas que conviven en el mundo de los resucitados.

1. Voodoo (o vudú, si le place). La palabra zombie y su mitología original viene de las religiones sincréticas de Haití, dónde se cultivó una peculiar mezcla entre catolicismo y religiones del sudeste africano (religiones cuya antigüedad podría ser de hasta diez mil años), con una pizca de magia negra. El Vudú, como cualquier otra religión, tiene el objetivo fundamental de explicar el origen del universo y el sentido de la vida. Al igual que el catolicismo, los seguidores en el vudú creen que existe el alma y que esta puede ser separada del cuerpo. De hecho “vodun”, palabra origen de vudú, significa espíritu. El famoso dictador haitiano, Francois Duvalier, que permaneció en el poder entre 1957 y 1971, revitalizó el rollo vudú con fuerza. El Papa Doc, como era apodado, se consideraba un alto sacerdote vudú y usó la magia negra para perseguir a sus enemigos y dominar a su pueblo, ayudado por una violenta policía secreta conocida como los Tonton-Macute. Tal era la convicción de Duvalier que se adjudicó el asesinato de John F. Kennedy (a quién odiaba porque le quitó ayudas internacionales que se embolsaba), diciendo que el magnicidio había sido producto de una maldición suya. Duvalier, para hacer sus “tropelías”, usaba a sus Tontons, pero a veces también recurría a personas ordinarias convertidas en zombies. Un zombie era una persona hechizada, que a través de un embrujo y ciertos químicos (particularmente, pez globo venenoso en polvo) moría y era después resucitado, pero sin alma. El alma quedaba en poder del brujo, que convertía al zombie en esclavo.
Bueno, el caso es que esto es el origen de la mitología zombie y la inspiración de varias importantes películas del género. Una que destaca en particular es “La Serpiente y el Arcoiris” (con su eslogan: “No me entierren... ¡No estoy muerto!), que en 1988 irrumpió en cines y trajo de vuelta esa visión mágica del muerto viviente, bastante demodé con las filosofías terrenales de otras películas. Wes Craven, el director, se había hecho famoso con las pelis de Freddy Krueger, pero necesitaba reinventarse. En esta cinta el protagonista (Bill Pullman) trabaja para una farmacéutica que lo manda a Haití a investigar un químico que podría servir como anestesia, pero que resulta ser parte del ritual vudú. Así, se ve envuelto en una trama política – en conflicto con los Tonton Macutes – y religiosa, peleando por salvarse de ser convertido en un zombie más y, de paso, combatir la opresión de un pueblo aterrado. Toda una alegoría sobre los regímenes autoritarios y su efecto en las sociedades. Vale la pena.
Otra cinta que parte de la lógica afrocaribeña es la legendaria “White Zombie”, con nada más y nada menos que Bela Lugosi como protagonista. En ella, se retoma la idea del zombie como un esclavo, alguien que está de alguna forma capturado, pero en este caso es debido a una droga sintética.
Las características básicas de un zombie vudú son:
- Matarlos es posible y no muy difícil, ya que en sentido estricto están vivos pero simplemente sin alma.
- Sienten dolor y necesitan comer, como una persona.
- Son esclavos y como tales tienen capacidad de seguir instrucciones sencillas, de hablar y de comunicarse.
- Su aspecto es indigentoso, son sucios y huelen mal.


2. Zombies a la Romero. En 1968, un grupo de chavales querían hacer películas, y sabían que irse al cine de terror era una apuesta segura. Con un bajo presupuesto pero muchas ganas, y bajo el liderazgo de un tal George Romero, nació una película que haría historia y, como pocas, sería el origen de toda una mitología: La noche de los muertos vivientes.

Hoy, cuando uno ve una entrevista con Romero, lo escuchará haciendo toda una serie de interesantes reflexiones políticas sobre lo que representa el zombie en la sociedad de consumo y cómo, a través de la publicidad, el dinero y los valores capitalistas, los seres humanos hemos dejado de lado nuestra humanidad, nuestra sensibilidad y sencillez. Romero habla bien y mucho, y es bastante convincente respecto a su crítica a un mundo que ha perdido el rumbo, en le cual la solidaridad es la excepción y el egoísmo la norma. Pero claro, después de eso uno se mira una de sus pelis de zombies comiendo tripas y toda la filosofía cambia de tono.
Pero atención: hay algo importante acá.
Este tipo de zombie, que nada tiene que ver con religión sino más bien con virus o armas químicas, tiene su origen en una maravillosa novelita de 1954 de Richard Matheson, en la cual una epidemia de vampirismo convierte a toda la humanidad en seres que temen a la luz y se alimentan de sangre. Los vampiros de Matheson, sin embargo, no son glamorosos ni tiene poderes a la Drácula, sin o que son hordas de humanos enloquecidos, caníbales y descompuestos. El protagonista de la novela, Neville, es el último sobreviviente y se adjudica la tarea de matar a cuanto vampiro pueda.
Se han hecho varias versiones de esta novela. La primera, protagonizada por Vincent Price, vio la luz en 1964 y se llamaba “Last Man on Earth”. Es una buena adaptación, aunque hoy en día ya se ve bastante lenta y vieja. Le siguió el fan de las armas automáticas, Charlton Heston, con “The Omega Man” (1971). En ella, el buen Charlton era el único sobreviviente tras una horrible guerra bacteriológica entre los sucios comunistas rusos y los cerdos rojos chinos. Ahora se está preparando una nueva versión con Will Smith como protagonista, preparada por el guionista de esa cuestionable joya cinematográfica que es El Código Da Vinci.
El hecho es que Matheson influenció a Romero, quién escribió el cuento “Anubis” que a su vez habría de devenir en la cinta en la cual una raza de muertos reanimados que marchan por las calles y se comen a los vivos.
Más por azar que por posición política, el protagonista de la cinta de Romero es un negro, Duane Jones, que después de eso quedó condenado a hacer puras pelis de miedo. O dizque de miedo. Total, que Romero puso a Duane como el hombre lúcido, solidario e inteligente que es Ben en la cinta, a diferencia de los tontos, egoístas o torpes blancos. Después de una noche salvaje encerrados en una casa rodeada de zombies, los protagonistas – que han peleado y que han visto cada a cara a la muerte – están casi todos muertos. Duane es uno de los pocos sobrevivientes. Grupos de campesinos (rednecks) armados andan por ahí matando a todos los zombies que restan, y cuando ven a Duane ni lo piensan: es negro, seguro es zombie. Y lo matan. Entonces llega un crítico de cine y dice “Esto es genial, Romero está hablando sobre las relaciones interraciales y los prejuicios, al tiempo que nos da una buena dosis de cadáveres ambulantes”. A partir de ahí, los zombies de Romero se vuelven un motivo político-gore, como la siguiente película de la saga lo demostrará: Dawn of the dead (con el genial eslogan “Cuando no haya más espacio en el infierno, los muertos caminarán la tierra, de 1978), El Amanecer de los Mueeertos. En esta, el mundo ya está fuera de control por la invasión zombie, y un grupo de personas ser refugia en un centro comercial. Los dos protagonistas-sobrevivientes son otra vez una blanca y un negro. En esta ocasión, Romero hace dos cosas que no hizo con la cinta original: uno, es muy gore. Llena la pantalla de hemoglobina, tripas, ojos saltones, cerebros y violencia radical. Dos, hace una transparente alegoría crítica a la sociedad consumistas, en la que los zombies, aunque muertos, siguen yendo al mall – esos asquerosos templos del capitalismo -- porque ya es parte de su naturaleza. Se hizo un remake en 2004, dirigida por Zack Snyder (el que después hizo “300”), en la que retoma la trama pero saca las reflexiones y el gore, pero le mete acción y un buen ritmo. La tercera de la saga, quizá la más desconocida pero para mí la mejor, es “Day of the dead” (1985). En esta película, el mundo ha sido ya dominado por los zombies, y los sobrevivientes se han instalado en un bunker militar. Ahí, un científico empieza a hacer experimentos con los muertos vivos, buscando la forma de domesticarlos. En esta ocasión, el conflicto radica entre la concepción “civil” de la vida (solidaria, humana, respetuosa) y la concepción “militar” (pragmática, fría, utilitaria), llevándonos a un inevitable conflicto filosófico que será dirimido entre cubetazas de sangre, vísceras y huesos humanos.
Esta trilogía concluyó con “Land of the dead” (2005), que fue una gran decepción. Después de dos décadas de esperar, Romero hizo una película que repetía fórmulas y mostraba una tremenda falta de imaginación. Una lástima. Pero en las cuatro películas, la gran lección es que los zombies son peligrosos, pero los humanos lo son más.
Pero eso no cambia el hecho de que Romero es algo así como el George Washington del cine zombie. Después de Day of the Dead, miles de películas de muertos vivientes empezaron a surgir por todos lados, en particular en Italia, dónde directores como Dario Argento, Joe Dante, Mario Bava y tantos otros que, a la “espaguetti zombie” (o más bien llamado giallo, amarillo) hicieron cuanto refrito era posible. Así, nos trajeron joyas como “Nueva York bajo el terror de los Zombies”, “Zombie Caníbal”, “Apocalipsis Caníbal” o simplemente “Zombie”. Muchas de estas películas pretendían ser precuelas o secuelas de Dawn of the dead, pero en general eran cintas de muy bajo presupuesto, ultra gore, sin mucha historia, mal logradas y mal pensadas, y su único mérito era sacar a muchas rubias encueradas. Eso sí, los directores hacían competencias a ver a quién se le ocurría la forma más horrorosa de morir.


Recientemente dos series de películas retoman el zombie a la Romero, las dos basadas en juegos de video: “House of the dead”(2004) y “Resident Evil”. La primera es tan mala, fofa y tonta que el hecho de que hayan hecho una segunda parte casi es mágico. La segunda es, en realidad, bastante entretenida y tiene buenos efectos especiales. Algunos detalles absurdos la nublan (digo, aparte de los zombies caníbales) pero en general funciona. Se han hecho un par de comedias también, entre las que destaca “Shaun of the dead”, una amena cinta sobre cómo los losers británicos enfrentan a la amenaza maldita. Shaun of the dead es maravillosa en el sentido que mezcla inteligentemente la burla a las películas románticas y de terror, sin dejar de tener un buen cuento con todo y moraleja, así como personajes que superan sus propios complejos para sobrevivir.
Características del zombie a la Romero:
- Sólo muere si se destruye el cerebro o si la cabeza se separa del cuerpo.
- Carece casi totalmente de inteligencia, y cuenta sólo con el instinto básico de alimentarse.
- Funcionan en hordas y, según explican en Dawn of the Dead, tienden a repetir cosas que hacían cuando estaban vivos, como ir a centros comerciales.
- Su aspecto es de podredumbre total, están en descomposición y no tienen ninguna vanidad.
- Si un zombie te muerde, eventualmente te convertirás en uno también. En general caminan lentamente, pero en versiones más nuevas pueden correr.

3. Los imparables. Después de que se hubo instalado en el cine la mitología de Romero, algunos cineastas decidieron alzar la apuesta. Así, surge una “secuela” espuria que vale la pena mencionar es “El regreso de los muertos vivientes” (1985).
Esta cinta, que es sin duda la que me introdujo en el mondo zombie, narra la historia de un grupo de personas que por andar de metiches abren un barril que tiene una sustancia que revive a los muertos. Explican entonces que lo que pasó en la peli de Romero es una historia real, pero que la CIA lo encubrió ya que era resultado de un accidente militar fallido. Total, que reviven a un cadáver sin querer y, recordando la lógica de Romero, le clavan un piolet en el cráneo. Pero igual que Trotsky, aún con un piolet en la cabeza sus ideales siguen vivos. O bueno, en este caso sigue vivo su cuerpo hambriento. Ahora, sin embargo, no quiere comerse a la gente, sino que sólo tiene interés en sus cerebros. Uno de los zombies, capturado por los héroes, explica (sí, pueden articular algunas palabras) que comer sesos “quita el dolor de estar muerto”. Sin embargo, en la tercera versión de la zaga nos explicarán que el asunto de los sesos (aquél grito de “brains.... braaaaaains” es inovidable) está relacionado con la necesidad de los muertos vivientes de consumir la “electricidad” de los cerebros vivos, a fin de mantener los propios funcionando.
Volviendo a la primera película, los protagonistas se dan cuenta que tienen que desmembrar el cadáver y quemarlo. Al hacerlo, sin embargo, el humo contaminado es arrastrado por la lluvia a un cementerio, dónde revirirá a todos los viejos cuerpos en putrefacción. Y de paso, infectará a una pandilla de punks que están en el cementerio (bien rudotes) tomando cerveza y viendo como una de sus amigas se desnuda bailando. Esta punketa-desnudista juega un doble rol de la máxima importancia en esta cinta: por un lado, será una especie de líder de los caníbales; por otro, estará desnuda toda la cinta, permitiendo que los adolescentes se masturben.
La segunda película de la zaga es más bien una comedia, una sátira idiota de la primer cinta. Esperaba yo, entonces, que la tercer entrega sería aún peor. Pero, sorpresas te da la vida, la trilogía se completa con sorprendente buen gusto (es un decir) gracias a la dirección de Brian Yuzna, quién le mete elementos originales y salvajes a esta cinta. Inspirado quizá en el clásico Reanimador (más adelante hablaremos de ella), Yuzna construye un mundo en el cual el ejército está haciendo experimentos con el químico temible que revive a los cadáveres. Por accidente, la novia del hijo del general a cargo muere, y el muchacho decide revivirla. Ella regresa, pero como zombie lo que más le interesa es comerse el cerebro de su salvador. Sin embargo, es una zombie sensata y, sobre todo, enamorada, así que diseña un método para no devorar a su novio: hacerse daño. Así, cada vez que le entra la debilidad se entierra un pedazo de vidrio o un alambre o algo, pasando de niña fresa a porno punk llena de piercings salvajes. El romance, sobra decir, no acabará bien, pero la película da mucho placer.
Había mencionado a Reanimador y tengo que abundar: es una de las grandes. Esta cinta, basada en una historia de Lovecraft nos lleva a la legendaria Universidad de Miskatonic, y a un siniestro científico que ha desarrollado un suero que revive a la gente. Sin embargo, los revive en su versión maligna. Así, un gato regresará como un depredador salvaje, y un doctor egoísta regresará como un asesino. Lo que es encantador de esta cinta es su valor filosófico: ¿vale la pena derrotar a la muerte? ¿Están los doctores más allá de las leyes de la vida? ¿Podemos retar a nuestro destino? Y sobre todo, ¿puede una cabeza desmembrada realizar un cunilingus? La respuesta es sí, en todas las preguntas.
Las características de estos muertos vivos son las mismas que las de la categoría anterior, excepto por estos detalles:
- No mueren hasta que son destruidos por completo, ya sea quemados o disueltos.
- Prefieren los sesos sobre el resto del cuerpo
- Pueden hablar, pensar y algunos ejercen liderazgo
- Cuando están enamorados, su amor persiste tras el fallecimiento y resurrección
- Son el resultado directo de un químico creado con ese propósito

4. Alternativos. Después de esas tres categorías claves, viene una diversidad tan grande como películas de zombies hay. La mayoría retoma los elementos básicos de las cintas famosas, con pequeños giros o alternativas diversas. Mencionar todas las clases y subclases no tiene caso, pero sí vale la pena revisar los casos más importantes a fin de que el lector se pueda considerar bien informado en estos avatares de la vida.
Empecemos por la “Mutilación total”. Estos son los zombies cuya forma de destrucción es a través de la mutilación, y su origen puede ser variado: desde la enfermedad tipo rabia, contagiada por la mordida de un changuito polinesio, hasta la posesión demoniaca. Los dos casos en cuestión: Dead Alive y Evil dead.
Dead Alive no sólo es una obra maestra del cine de los muertos-vivos, llena de humor y estilo, sino que tiene muchas características propias: es una de las pocas cintas de este género colocada en otra época (Night of the Creeps es otro ejemplo importante); es casi la única cinta que muestra de forma funcional el sexo entre los zombies (con todo y su resultado); es una obra maestra del ultra gore y, finalmente, es la cinta que empezó a pavimentar el camino de Peter Jackson, hoy mundialmente famoso, hacia la creación de “El Señor de los Anillos”.
Además de todo eso, Dead Alive tiene el detalle genial de una madre zombie cuya mayor aspiración es reinsertar a su sometido hijo en su vientre. Es todo un proceso fascinante de análisis freudiano, integrando en un fino tejido psicológico el canibalismo, el incesto, la fascinación humana con la independencia y, por último, un intestino zombie que estrangula gente. Genialmente psicotrónico.
Evil Dead, la opera prima de Sam Raimi, hoy famoso por la serie del “Hombre Araña”. En esta, los zombies son más propiamente personas poseídas cuyos demonios ocupantes están molestos por haber sido despertados y desean masacrar a quienes los sacaron de su sueño. Hablando de psicología, creo que hay pocas escenas de mayor terror psicológico que aquella en la cual una mujer es violada por las raíces de un árbol también poseído por un demonio o algo por el estilo. Evil Dead originó una secuela – que es más bien un remake con mayor presupuesto – y una demencial tercera parte, situada en la Edad Media, donde un ejército de esqueletos (no zombies) ataca a un miserable reino, y termina con un viaje en el tiempo y una batalla campal dentro de un supermercado. Viaje en hongos.
Otra serie que ha tenido éxito y que vale la pena mencionar es la de “28 days later”. El director de Trainspotting supo retomar la fantasía apocalíptica y construir un zombie que ni está muerto ni es caníbal, pero da exactamente lo mismo: es un ser sin alma, sin inteligencia y sin vida, que lo único que quiere es destruir al ser humano. Se trata, en este caso, de un ser enfermo de “ira” una enfermedad altamente contagiosa y salvajemente destructiva.

Ahora se ha retomado con “28 weeks later”, bajo la misma premisa y bajo la misma lógica: los humanos, al final, son peores que los monstruos.

Lo que encuentro unificador sobre el cine zombie, y que de alguna manera es lo que lo ha mantenido vivo, es que representa dos mitos básicos sobre nuestro entendimiento de la realidad: uno, es que el mundo se va a acabar. Todos sabemos que, tarde o temprano, se acabará la vida humana. Pensamos que será dentro de cientos o miles de años, pero el hecho de tener esa certeza nos motiva a fantasear sobre el final inevitable de todo lo que hemos creado. Ese día no importará si te llamas Shakespeare, Cervantes, Romero o lo que sea: lo único que importará será sobrevivir. Y soñar con un final zombie es de alguna forma alentador, porque al menos podemos combatirlo.
Dos, la persistencia de la vida después de la muerte. Soñar con que, así sea como zombies no estamos condenados al silencio, es una de las piedras medulares de la psicología humana. Todas las religiones hacen un esfuerzo de confort: cuando mueras, hay algo. Ya sea el cielo, 72 vírgenes o el infierno, no se acaba. Eres eterno, eres más que tu apestosa carne. Hasta el infierno es mejor que la nada. Eso es un zombie: el infierno después de la muerte. Mejor que nada...
Ese es el placer de la fractura. Poder ver películas de zombies, sin tomarlas muy en serio, sin fingir que uno es rudo, pero gozando de la fantasía apocalíptica y eternizadora que nos ofrecen. El cine zombie es una reivindicación; es una estética única, es un pretexto para todo. Es entretenimiento y es metáfora. Imperdible.